viernes, 10 de julio de 2015

Llorar de amor

La esperanza, el amor. Esos dos grandes motores que mueven el mundo. Llorar de emoción, de esperanza. Llorar pleno de amor sintiéndote vivo, mas vivo que nunca. Siendo al mismo plenamente consciente de tu insignificancia, pero sin que eso te importe. Llenos tus ojos de lágrimas de una emoción intensa, la que te produce pensar en lo que es parte de ti. Los contenedores de una parte de tu genética que confías en que perdure algo más en el tiempo, aun sin saber con qué propósito, pero que sin embargo ese propósito resulta irrelevante. Lo que realmente es significativo es la emoción. La esencia de esa emoción que es tremendamente intensa pero también efímera y escurridiza. Esa emoción que te embarga plenamente pero que no puedes retener, que se escapa sin que puedas atraparla. Sentir que el pecho te estalla. Que deseas profundamente que todos tus seres queridos sean felices y te sientan, como tu los sientes a ellos.

No hay nada tan grato y tan hermoso como llorar de amor. Llorar a lagrima viva por sentir profundamente a quién quieres. A tus ascendientes y descendientes, si tienes la fortuna de tenerlos. A todos aquellos que han pasado por tu vida y han conectado contigo, y también más alla: a la naturaleza, a lo animado e inanimado.

Sentir el deseo, la necesidad irrefrenable, de poder contactar con todos ellos. De poder estrecharlos entre tus brazos. Entender plenamente el significado de "abrir tu corazón", porque sientes en tu pecho  una fuente inagotable de luz que lo embarga todo. Que todo lo ilumina. Jamas había llorado de amor como lo he hecho ahora. Llorar murmurando "os quiero" sin destinatario concreto. No es facil traducir la emoción en palabras.


miércoles, 8 de julio de 2015

El silencio.

Me desconcierta el silencio como medio de comunicación.

Asumo que hay silencios estratégicos, que nos ayudan a obtener información de nuestro interlocutor. Pero resulta efectivo si dicho interlocutor, como es habitual, siente el irreflenable instinto de intentar corregir una situación incómoda. Si no es así, este no logra su propósito. Pero no hemos de olvidar que hasta antes de existir el lenguaje la comunicación se basaba en sonidos, tales como  ruidos o gruñidos, pero no fundamentalmente el silencio 

Soy perfectamente capaz de entender el silencio cómplice. Ese que momentáneamente  sienten dos almas cuando vibran en armonía. Y este es un silencio tierno y delicioso. 

Sin embargo, cuando menos, el silencio puede ser tremendamente ambiguo, algo que se multiplica por mil si es un silencio puro, absoluto, es decir, no existen más elementos de comunicación verbal o no verbal que lo complementen (una mirada, un roce de piel, ...). 

Haciendo un leve esfuerzo de recopilación se me antojan los siguientes tipos y sus posibles significados:

- Piadoso:  lo que tengo que decir te hará daño, así que prefiero callar
- Cómplice. estoy sintiendo lo mismo que tu. 
- Lúgubre. Mi mas sentido pésame. 
- Hastiado. No eres capaz de escuchar lo que te digo. No escuchas. Ya no voy a repetir mas. 
- Reprobatorio. No me gusta lo que has hecho. 
- Ininteligible. No entiendo nada de lo que me dices. 
- Incrédulo. No me lo puedo creer
- Temeroso.  Por dios que no me vea!
- Admirativo. Es lo mas maravilloso que he visto/oído nunca
- Culpable. Siento haber obrado así
- Resignado. No soy capaz de hacerme entender o no quieres entender o siquiera escuchar, lo que te estoy diciendo. 
- Cobarde. No me atrevo a decir nada.

Y por ultimo, uno que, por obvio, en algunos desafortunados momentos, pasas por alto:

- Inorportuno.  No puedo hablar en este momento 

Pero en términos generales, el silencio solo transmite un mensaje imperativo: no digo nada porque nada quiero decir. En esencia: no quiero comunicarme contigo. 

En resumen, el silencio, pese a sus múltiples acepciones y significados, no me parece un buen medio de comunicación si no va acompañdo de un elemento cualquiera del lenguaje no verbal.  Para mi gusto provoca demasiada ambigüedad y su su significado está condicionado por el estado anímico del receptor. 

En condiciones normales no lo cambio por un: ¡lo siento!, ¡te quiero!, ¡ooh! ¡Qué bien!, aunque a veces, afortunadamente en pocas ocasiones, no me ha quedado más remedio que hacer uso de él.