domingo, 29 de agosto de 2010

Psicoteca: La Psicología científica y las pseudopsicologías

Pese a que sigo manteniendo un cierto grado de "fe" en cuanto a la existencia de una conexión entre ciencia y misticismo (la fe es libre y absurdo luchar contra ella, máxime cuando te produce felicidad), subscribo casi todo lo que se apunta en el siguiente artículo. Altamente recomendable a quién le interese el tema y en especial sugerencia personal para todos los admiradores del libro "El Secreto", que no valoraré aquí. Los que me conocéis ya sabéis mi opinión.

Psicoteca: La Psicología científica y las pseudopsicologías

PD: Gracias, Mercedes.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Vive



Cambia, crece, construye. Guía tus actos, tus impulsos, tus deseos.
Siente. Siente profundamente.
Sueña. Que no se muera la ilusión.
Padece. Lo justo y necesario para apreciar el contraste.
Llora. De emoción, de alegría.
Salta. Transmite esa energía de nuevo al universo. No te pertenece. Libérala para que alimente a otros.
Rie. Atrae hacia ti la alegría.
Toca. Deja que tus dedos acaricien su piel.
Ama. Como hubieras deseado que te amasen o como realmente lo han hecho.
Comparte. Todo lo tuyo. Hasta lo más íntimo. Tu riqueza está en lo que das, no en lo que retienes.
Escucha. Con toda tu atención y toda la intensidad, hasta el murmullo del más absoluto silencio.
Perdona. Y no olvides olvidar.
Observa. Como si cada detalle fuera nuevo para ti.
Lucha. Que no te pueda el dolor.
Vive. Profundamente. Como si no existiera mañana.

martes, 24 de agosto de 2010

Las tribulaciones de un turista accidentado.

Ahora en la tranquilidad del hogar, puedo reflexionar sobre un viaje no exento de imprevistos que han puesto a prueba mi templanza... si es que alguna vez la he tenido. Bueno, al fin y al cabo he sobrevivido, que no es poco y los niños han disfrutado, que era el principal objetivo.

La aventura comienza un lunes a las 8:30h. Yo, como buen previsor había hecho mis deberes. Días antes había arrasado las últimas existencias de H&M y Zara en ropa infantil. Me había aprovisionado de todos los pantalones cortos que les quedaban en stock y había adquirido la nada despreciable cantidad de 26 camisetas. Cantidad suficiente para no tener que visitar la lavandería del hotel en una semana de estancia según mis cálculos y los hábitos de mis peques de derramar parte de sus comidas sobre su ropa, haciendo alarde de una habilidad pasmosa para esquivar cualquier resquicio de entre sus servilletas. Superman, spiderman, hulk.... todos los super-héroes se amontonaban en mis brazos en el mostrador de la tienda, estampados sobre diminutas camisetas que harían las delicias de mis peques. Bueno, también otros motivos más corrientes completaban mi colección, para construirles un fondo de armario algo menos heroico pero más formal.

Por otro lado mi coche había visitado el taller para poner a punto todo lo necesario para evitar sorpresas, haciendo hincapié en el estado de los frenos (ya que los neumáticos eran nuevos). Así que con las maletas preparadas y el coche a punto, recibo los niños de manos de su madre y comenzamos nuestra aventura rumbo a Peñíscola. 

Sin embargo un ruido extraño en la parte delantera del coche no me dejaba tranquilo, así que en el primer taller que vi abierto entré para hacer una inspección rutinaria, con el convencimiento de que a mi pregunta retórica de ¿Están bien los frenos? Obtendría una rotunda afirmación. ¡Pues no! Para mi sorpresa, el mecánico me explico, mientras yo escuchaba atónito, que no solamente no tenía pastillas de freno sino que los discos parecían un sembrado por los surcos producidos del roce de metal contra metal. En esas condiciones no sólo no era aconsejable viajar, sino que además era peligroso. 

Afortunadamente para mi (todo hay que decirlo), no estaba sólo. Me acompañaba una amiga que, por coincidencia de fechas y de trayecto, viajaba con nosotros ya que su destino se encontraba a medio camino del nuestro. Esto hizo algo más llevadera la espera y me permitió organizar toda la estrategia y seguimiento de la reparación mientras mis dos peques entraban en plena actividad motriz. Segundo desayuno, parque, llamada al taller: -- En una hora me traen unas pastillas de freno, eso puede ser una solución... Otro parque, fantas y patatas, otra llamada: -- Me han traído las pastillas equivocadas, pero en media hora me las vuelven a traer bien.... Otro parque, tienda de chinos para comprar un kit de emergencia: arco y flechas y artilugio volador de esos programados para destruirse en media hora... si es que llega. Parece que estos juguetes low-cost están habilidosamente diseñados para romperse según sales por la puerta de la tienda... No puedo reflexionar con tanto estrés. No llegamos al hotel. Me siento culpable por el retraso que estoy provocando a mi amiga en sus vacaciones. No me quedo tranquilo con la solución del cambio de las pastillas de freno... Así que a la desesperada no me queda otra opción que recurrir a mi progenitor, a ver si hay suerte y él, que no usa mucho el coche, puede ayudarnos a salir del atolladero... Afortunadamente, cuando a uno le falta la madre se encuentra con que padre no hay más que uno y este fue nuestra salvación. Así que cargamos las maletas en su coche y lamentando el abuso de mi progenitor, le dejamos con el marrón y emprendimos rumbo a nuestro destino 4 horas más tarde de lo previsto.

No voy a relatar los intermedios de este viaje, porque estos ya han sido motivo de otras publicaciones anteriores de este blog, así que concluiré con la vuelta de las vacaciones.

De nuevo como buen previsor hago mis deberes. Una vez acostados los niños y tras mi aventura literaria en la bañera (ver publicación anterior "Mis queridos alienígenas."), preparo todas las maletas. Antes de acostarme todo está perfectamente recogido y embalado, y preparada la ropa de los tres del día siguiente. Así que al levantarnos, tras el aseo y el protocolo habitual para conseguir convencer a mis queridos alienígenas de que la ropa elegida por papá es la mejor y la última disponible sin un collage de materiales orgánicos varios en su pecho, me dispongo a cargar el coche. Todo estaba pensado: primero carga del coche, luego desayuno y finalmente el check-out y el viaje de retorno al hogar. Y todo programado con su timing adecuado a las circunstancias. Bajar a la recepción a buscar uno de los carritos habilitados por el hotel para el traslado de equipajes fue tarea fácil. Hacer subir en él a los niños no supuso ningún problema (más problemático sería después hacerles bajar), ahora bien, conseguir, en hora punta de retorno de desayunos y visitas a la piscina y playa, un ascensor en exclusiva para subir a la habitación ya no fue cosa tan fácil. Dado que el tamaño del carro ocupaba toda la capacidad del ascensor, la tarea se complicaba. Por otro lado, si la planta baja del hotel fuese la primera o la última, la tarea sería más sencilla. Pero no era así. De modo que cuando no te encontrabas un ascensor ocupado que subía de la planta inferior a las superiores, lo encontrabas que bajaba de las superiores a la inferior a la recepción (una persona era suficiente para considerarlo ocupado debido a las excesivas dimensiones del carrito o las reducidas de los ascensores). Mientras, el gentío se iba agolpando a la espera de ascensores libres en la planta baja y no es costumbre española respetar filas (salvo que alguna restricción material o humana nos obligue) aún cuando te vean sólo, cargado con un carro monstruoso con dos fieras subidas a él haciendo cabriolas. Así que tras un largo periodo de espera, mi carrito mis niños y yo estratégicamente al acecho en la puerta de un ascensor al azar y tras unos cuantos codazos, conseguimos subir a la habitación. No voy a relatar la bajada al garaje porque ya os podéis imaginar que fue idéntica operación pero en sentido inverso.

Pues ya estamos frente al coche con un carrito cargado de bultos físicos y humanos. ¡Tarea conseguida! Eso pensaba yo mientras apretaba el mando a distancia de apertura de las puertas de mi flamante coche prestado. La primera vez que no noté ningún efecto en mi operación lo achaqué a los típicos fallos de la tecnología. Nada anormal. La segunda me dio mala espina. La tercera me empezó a acongojar  pero la cuarta lo terminó de hacer. ¡Me había quedado sin batería! Así que gracias a los avances de la tecnología, que ha conseguido hacer electrónicas todas las cerraduras de puertas y maleteros, me encontraba frente a un coche inmovilizado, sin acceso a su maletero, con un carro lleno de maletas y dos niños que, como es intrínseco a su naturaleza, no entienden de problemas ni de paciencia para darte el mínimo momento para pensar en como resolverlos. Tan rápido como pude hice un análisis de opciones:

1.- Dejar el carro frente al coche e ir a pedir ayuda en el hotel.
2.- Volver a la habitación con las maletas mientras resolvemos el tema de la batería (recordemos el episodio del ascensor y el carrito)
3.- Cortarme las venas con la llave de contacto.
4.- Meter las maletas como sea en los asientos del coche y buscar ayuda.

Pese a que en un primer momento la opción más válida me pareció la número (3), al final opté por la (4).
Así que nos dirigimos a la recepción del hotel con la esperanza de que un hotel de categoría tendría solución para un problema por otro lado no extremadamente complicado, y creo yo que en cierto modo habitual o previsible. Lamentablemente la crisis se hace notar en la contratación de personal en todos los sectores y en el turístico más, si cabe. Ya no es cuestión de la nacionalidad sino de la capacidad de entender el servicio y la atención al cliente. Tanto las recepcionistas como todo el personal al otro lado del mostrador, o bien parecía que el problema que les planteaba era terrible o no tenían mucho interés en ayudarme.. Así que después de varios intentos, conseguí que en un hotel de 4 estrellas (más bien una estrella de cuatro puntas, diría yo), lo único que me ofreciesen fueran unos cables para arrancar el coche uniendo mi batería con la de otro coche, que por otro lado tendría que buscar yo. Advirtiendome, para mas INRI, que los cables eran algo delgados y podría tener problemas para arrancar el coche con ellos. Y todavía tienen los santos co... de preguntarme con cara extrañada si no tengo un amigo que se pueda acercar con su coche para ayudarme en el arranque con sus chapuceros cables. Y, digo yo, si tuviese un amigo ¿iba a estar yo haciendo el tonto pidiendo ayuda a la recepción del hotel? De modo que una vez superada la decepción de los servicios de un hotel que no estuvo a la altura de su supuesta categoría, tuve que recurrir al seguro de asistencia en viaje. Este si estuvo a la altura del servicio contratado y en poco más de media hora tenía un técnico a mi disposición que resolvió eficientemente mi problema. Eso si, las primeras horas de viaje no se me ocurrió detener el coche bajo ningún concepto, no fuese a ser que no volviese a arrancar. Afortunadamente, salvo ese miedo un poco paranoico, el viaje se desarrolló sin más imprevistos y conseguimos regresar al hogar.

Ya en nuestra casa retomamos la rutina habitual, con un cierto desacople horario natural y finalmente los niños acabaron rendidos en sus camas y su padre, tras esbozar este relato que ha concluido hoy, cayó rendido en un reparador descanso.

sábado, 21 de agosto de 2010

Mis queridos alienígenas

Cuaderno de bitácora.
20 de agosto de 2010.
00:00 hora estelar.




Por fin duermen mis dos alienigenas preferidos, no sin antes haber puesto a prueba la resistencia humana conmigo. Relataré lo acontecido de fin a principio, así me permitiré acabar a mi relato cuando mi agotamiento me venza, sin que por ello dejéis de conocer el fin de la historia.

00:00h. La curiosa costumbre humana de apagar las luces de las terrazas de los hoteles al dar la medianoche, me ha dejado a oscuras, asi que para evitar construir mi relato sobre un solo renglón, me he tenido que acomodar en la bañera, único lugar que he encontrado apropiado para poder escribir estas líneas, sin riesgo de despertar a mis queridos alienígenas. Para mi sorpresa he descubierto que el baño es un sitio inesperadamente cómodo para escribir y para reflexionar. Bueno, esto ultimo, y a riesgo de resultar escatológico, lo confieso, ya lo había descubierto hace años.

23:50h. He tenido que explicar a mis queridos alienigenas que la mejor forma de dormir es en estado de relax y posición horizontal, pese a que les resultaba complicado entender por qué emplear un método tan aburrido. En su planeta es costumbre saltar escandalosamente sobre la cama hasta que, aproximadamente en el salto numero un millón, el agotamiento da paso al sueño y la caída resultante se produce de manera horizontal, dando lugar a un reparador descanso allí donde las leyes de la física hayan determinado el lugar apropiado para el "alunizaje".


23:45h. Mis queridos alienígenas no entienden por qué tres humanos entrando en una habitación deben hacerlo a la vez, pudiendo disfrutar de entrar tres veces, máxime cuando la entrada se produce a través de una divertidísima puerta electrónica de apertura por tarjeta. Pero no solo no lo entienden sino que les molesta profundamente que no se haga así, de modo que, por evitar males mayores (i.e. ser lanzado por la ventana por algún vecino), hemos tenido que entrar y salir tres veces de la habitación, para acabar los tres en su interior. Que me perdone el mando estelar, pero no comprendo el método.


23:30h. Acaba un espectáculo de rock&roll acrobático en la terraza de la nave. Voy a ser honesto: los chicos, pertenecientes a una academia de baile de una galaxia próxima y cuyo principal objetivo era recaudar fondos para financiar su participación en campeonatos nacionales e internacionales, lo hicieron bien. También he de reconocer el buen hacer de la presentadora del espectáculo, también bailarina y miembro de la academia, que consiguió meterse en el bolsillo a un centenar de adultos poco colaborativos y excépticos, que acabaron integrándose en un espectáculo bastante ameno. Hasta aquí bien, pero heme aquí sentado en primera fila con un alienígena de 3 años, cuya naturaleza extra-terráquea le impedía mantenerse en una misma posición durante mas de 60 segundos consecutivos y no solo eso, sino que no solo no entendía el fundamento del aplauso humano y decidía, como por otro lado es perfectamente licito ocupar sus manos en otros menesteres, sino que le molestaba profundamente que yo lo hiciera. Lo cual me mantuvo durante una hora en una lucha constante: yo intentando aplaudir y el intercalando sus manos entre las mías. Y todo esto podría haber sido anecdótico si no fuera porque mi otro adorado alienígena (este de 5 años), que por otro lado tampoco se caracterizaba por ser extremadamente conversador, decidiera unilateralmente, que durante aquel espectáculo era el momento adecuado para cuestionar todo lo divino y lo humano. Así que, con independencia del momento del espectáculo, a gritos cuando el ruido no permitía otro modo de comunicación y a gritos de igual modo cuando el silencio si lo permitía, mi querido alienígena se dedico cada minuto de su tiempo a cuestionar todo lo que veía, interrogarme sobre sus porqués e increparme insistentemente sobre lo que ocurriría un minuto mas tarde. Y no es solo que yo no sea adivino, sino que el tiempo que me tomaba armarme de paciencia y de argumentos, era el necesario para que el futuro cuestionado se tornase en presente, con lo que mis explicaciones, templadamente argumentadas, cobrasen, de repente, un nulo interés para él.

Y pese a que el día daba para mucho mas (ya que solo me he quedado en unas horas de la noche) mi relato debe acabar en este momento. Y no porque haya descubierto que la bañera, en un principio confortable y tras un tiempo rechazada por mi anatomía, de natural blando, sino porque he agotado los reversos de las cuartillas de dibujo de mis queridos alienígenas, único material disponible mientras la electricidad alimentaba las baterías de mi iPad. Así que, ante mi negativa a volver a lo escatológico y tener que terminar mi relato sobre papel higiénico (difícil tarea para quien lo haya intentado), pongo fin a mi relato en este ínfimo espacio de mi ultima cuartilla (en el anverso Buzz Lightyear, para estar a tono con el texto)

Buenas noches amigos. Que descanséis, aunque nunca lo haréis más que yo... Zzzzzzzzz

-- Desde Mi iPad

jueves, 19 de agosto de 2010

Ahora si...

Ahora si. Tras una crisis con mis niños, que no descarto que se haya potenciado por mi cansancio, hemos remontado el día con la disco infantil que han disfrutado.... como niños. Tras ella una espectáculo de cabaret con unas bailarinas algo subidas de peso y de ropa. Esto ultimo lo agradezco por mis niños y el gentío infantil que poblaba la platea. Todo aderezado con una cantante que se esforzaba en estar siempre un semitono por encima de la melodía que le acompañaba, y que habilidosamente consiguió toda la velada, quizás como un gesto de deferencia hacia las cantantes de mayor calado, para no ensombrecer sus éxitos desde una modesta compañía de hotel de playa. Esto ultimo no lo agradecieron mis oídos, pero quizás yo si, que ansío mi retorno a mi mundo cotidiano para regalarme un buen musical. Por cierto, aun tendré que encontrar quien me acompañe, porque algo de lo que voy a estar ávido a mi regreso es de hablar de algo mas allá de bob esponja y pocoyo. Poco yo, me siento ahora. O quizás mucho yo. Porque aún agotado hasta la extenuación por dos maquinitas que no me dan un respiro, no me imagino ser yo sin ellos.

A estas horas tengo cobertura plena. La maldita antena de Vodafone mas próxima me dedica todas sus ondas en exclusiva. Pero ya es tarde, incluso para mi. Así que buenas noches, anónimos lectores... si es que alguien anónimo lee estas palabras y si tu, al fin y al cabo, aunque desconocido, puedes llegar a ser anónimo.


-- Desde Mi iPad

Ubicación:Av del Papa Lluna Entrador 137,Peñíscola,España

viernes, 6 de agosto de 2010

Quien me lo iba a decir...

Cargo con dos niños pequeños en mis brazos. Es tarde y se han dormido. Les ilusionaba asistir al cine de verano y no supe negarles ese capricho. Apenas puedo ya con ellos y cerrar las puertas del coche se convierte en un ejercicio de fuerza, equilibrio y habilidad. Lo mismo que abrir la puerta del garaje, llamar al ascensor o abrir la puerta de casa. Pero afronto cada reto con determinación y salgo victorioso... por los pelos. Acostar a cada uno en su cama, tras ponerles el pijama mientras ellos colaboran en parte de forma instintiva, ya resulta un alivio.

Ahora tengo algo de tiempo para mi y pienso...

Quién me iba a decir que yo, que odiaba tener mascota por miedo a la responsabilidad que ello implica, iba asumir con tanta naturalidad la dependencia de dos adorables criaturas. Bueno, responsabilidad al 50% con Marta (no quiero menospreciar la fortuna que tengo con mi generosa ex), pero responsabilidad al fin y al cabo. Ya no puedo imaginar mi vida sin ellos, aunque, como todo padre, algún día acabas desquiciado. A veces creo que no puedo. Que no seré capaz de llevar esta paternidad adelante. Pero no hay opción, ni quiero imaginarla. Hay que seguir adelante.